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CURTA: una calculadora con historia

Un escrito de Paula Bergero, por el Día internacional de la Matemática

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Muy raramente nos preguntamos por la historia de objetos y dispositivos que usamos en nuestra vida cotidiana. En algunos casos se conoce el origen, pero casi nunca sabemos nada de versiones anteriores o diseños fallidos.

Si preguntáramos a cualquier persona de nuestro entorno cómo son las máquinas de calcular, o calculadoras, nos describiría un  objeto con botones numerados y una pantalla, que funciona a pilas y cuyas dimensiones podrían variar entre las del cuadrante de un reloj pulsera y las de un libro pequeño. Incluso las que usamos actualmente, hoy integradas a los celulares y tablets como una aplicación, se reconoce ese formato.

También, si preguntáramos cuál fue la primera calculadora que existió, probablemente nos mencionaría al ábaco, ese primitivo dispositivo mecánico con tientos y cuentas móviles…

Pero entre ambas, olvidadas en una especie de limbo, viven cientos de otras calculadoras muy diferentes, cuyos diseños no prosperaron o cuyos mecanismos fueron rápidamente superados.   Afortunadamente, los museos son custodios de estos “eslabones perdidos” tecnológicos, que tienen interés ya sea porque su aspecto es muy diferente a los dispositivos que conocemos, por lo inesperado de su modo de uso, de los principios de su funcionamiento o por las historias que los rodean.

O por todo esto, como el caso de la calculadora CURTA.

Cilíndrica, maciza, cabe justo en una mano y pesa alrededor de 100 gramos. Es de metal esmaltado de negro, con una tapa a rosca y una pequeña manivela. No tiene botones sino deslizadores; no tiene pantalla.

Remeda un reel de pesca. O un molinillo de pimienta, según la bautizaron los usuarios. O una granada matemática, como la llama William Gibson en su novela Mundo espejo.

Esta curiosa calculadora mecánica debe su nombre a quien fuera su creador, el ingeniero austríaco Curt Herzstark, y cuenta la historia que le salvó la vida.

Curt Herzstark había nacido en Viena en 1902 y trabajaba en una fábrica de su familia dedicada a la construcción de equipamiento de precisión. Allí fabricaban máquinas de calcular bajo patentes ajenas, a las que habían introducido algunas mejoras de diseño propio. Como director técnico, estaba planeando abordar la construcción de una máquina de calcular de bolsillo de diseño propio, que mejorara la existentes, que solo ejecutaban operaciones de sumas y restas. Para 1938 tenía un prototipo casi listo de una calculadora “4 funciones”, al que llamaba LILIPUT. Sin embargo, cuando Austria fue anexada a Alemania, la fábrica debió fabricar instrumentos de medida para el ejército alemán, y el proyecto de calculadora debió ser pospuesto. En 1943, debido a su origen judío, Herzstark fue enviado a un campo de concentración en Buchenwald, donde fue considerado un esclavo de inteligencia gracias a su experticia técnica y a la excelencia del equipamiento de su compañía. Su proyecto de máquina de calcular generó interés entre el ejército nazi, y su diseño fue encomendado a Curt Herzstark en una de las fábricas ligadas al campo de exterminio, para que la calculadora fuese entregada a Hitler como obsequio al final de la Guerra. Aunque en penosas condiciones, el “tratamiento preferencial” que recibió por sus habilidades técnicas y por su diseño de la calculadora le permitió sobrevivir hasta que fue liberado en 1945. Falleció en 1988.

Dicen que “la tercera es la vencida”. Tres años después de haber sido liberado, luego de haber reconstruido de memoria su segundo diseño pudo finalmente fabricar las primeras calculadoras, que fueron rebautizadas Curta por cuestiones de marketing.

Se hicieron dos modelos, el segundo más grande, que en total sumaron 140.000 unidades.

Los deslizadores permiten ingresar dígito a dígito cada número deseado en un contador y el giro de la manivela mueve engranajes en el tambor para sumarlos (o restarlos si se tira de la misma antes de girarla) para realizar los cálculos, que se muestran en otro contador.  Según el modelo, pueden ingresarse 11 o 15 dígitos, otorgando gran precisión a los resultados. Distintos algoritmos permiten realizar operaciones más complejas, por lo cual las CURTA resultaron de mucho interés en el mundo de la ingeniería y la técnica. Sin embargo, por conflictos con la compañía que las fabricaba, su creador no hizo fortuna con ellas.

Rápidas, precisas, compactas, bellas. Las pequeñas CURTA reinaron entre las máquinas de calcular portátiles hasta la década de 1970, cuando aparecieron en escena las calculadoras electrónicas.

Actualizado el: 2020-03-10